Llegué a la oficina de José Félix. En aquel tiempo, era mi jefe en un trabajo que estaba llevando a cabo. Seguramente, yo reflejaba cara de preocupación, porque de inmediato me preguntó: ¿Qué te sucede? a lo que contesté: Debemos entregar el trabajo al cliente hoy y siento que falta algo por completar. Entonces, José Félix me dijo: Puedo entender como te sientes. También he pasado por situaciones similares. Mi consejo, aunque no lo estás pidiendo, es que pienses un poco y pregúntate: si has hecho todo lo que debías hacer, si le dedicaste el tiempo suficiente y si has dado lo mejor de ti. Cuando termines el análisis, tendrás la respuesta.
Seguí su consejo y, a los minutos, me dispuse a entregar el trabajo. Todo salió muy bien. El cliente quedó satisfecho. Esa experiencia data de hace poco más de 30 años y aún la llevo presente, como parte de mi aprendizaje, como una manera de analizarme cuando tengo dudas. Obviamente, cuando alguien cercano pasa por un momento similar, apelo a esa experiencia, la recreo a la persona indicada y me alejo. De allí en adelante es su turno.
Hace unos días, iba circulando por una de las calles de la ciudad. En un momento del trayecto, sentí un impacto en la parte trasera de mi vehículo. No lo vi venir. Solo lo sentí. Bajé del vehículo, revisé los daños, miré al conductor del otro vehículo, y me percaté que no presentaba ningún daño físico. Olvidé mencionar que estaba lloviendo, pero me sentía calmado, al menos eso creo. Luego, acordamos que el conductor me llamaría esa tarde para arreglar el vehículo, así que lo acepté. Pues, no llamó ese día. Ahí empezó mi batalla mental. No dormí muy bien esa noche. Al día siguiente, continuaba mi batalla mental. Todo giraba alrededor de: ¿Cómo es posible que me haya engañado? Me sentía engañado, frustrado, preocupado. Me parecía injusto. Llegado el mediodía, el conductor me contacta telefónicamente, y me comenta que todo estaba arreglado, que solo debía presentarme a la Dirección de Tránsito para validar la denuncia que él había presentado, con lo cual la empresa de seguro pudiese pagar los daños. Lo único que yo debía hacer era declararme culpable. En ese momento, sentí indignación. Lo reconozco. Sobre todo, porque yo no me consideraba culpable.
Me sentí frustrado y engañado. El recorrido entre mi casa y la Dirección de Tránsito se me hizo eterno. Llegué a la Dirección de Tránsito, me atendió la recepcionista del instituto, le expliqué el porque estaba allí, pero agregué que el otro conductor me había llamado para pedirme que me declarara culpable, pero que lo consideraba inaudito. La señorita me observó, y solo me comentó: "En este tipo de situaciones, cada quién posee su versión de los hechos".
Fue en ese momento que lo entendí todo. Se acabó mi batalla mental en un santiamén. Era la pura verdad, tenía toda la razón: "cada quién posee su versión de los hechos". Gran aprendizaje. Seguramente, he escuchado esas palabras en diferentes situaciones, pero en esta encajaban perfecto, y encajaban porque sirvieron para calmarme. Por cierto, el seguro de vehículos falló a mi favor.
Con sendas experiencias, intento comunicar que, en muchos ocasiones, libramos batallas mentales que nos angustian, pero son innecesarias. No tiene sentido continuar ese juego mental dañino. La vida es más sencilla que eso. Si llevamos una vida de bien, de no hacer daño a otra persona, de dar lo mejor de cada quien, pues el resultado debe ser positivo. No tenemos porque anticiparnos a circunstancias negativas, solamente recreadas en nuestras mentes, porque eso significa imponernos angustias y sufrimiento por culpa de pensamientos perturbadores que, ademas de inútiles e innecesarios, nos enferman. No, hay que parar. No podemos dejarnos confundir. Los pensamientos pueden traicionarnos. Debemos hacer lo mejor que podamos por darle entrada solo a lo que estemos dispuestos a aceptar, a lo que nos ayuda, a lo que nos anima, lo que nos agrada y nos divierte. No es lógico, ni tiene ningún sentido auto infringirnos daño. Y no me refiero a evadir la realidad, no. No es eso. Es algo más elemental. De lo que se trata es que gran parte de las angustias que tenemos en nuestras vidas, son creaciones de nuestro pensamiento, pero podemos cambiar. Podemos canalizar mucho mejor la energía y el tiempo, si somos conscientes del poder de nuestros pensamientos.
En mi opinión, a veces nos angustiamos, porque dudamos de nuestros talentos; porque nos confundimos, confundimos las joyas con la fantasía; porque ignoramos u olvidamos lo que nos conviene, lo que verdaderamente estamos buscando o debemos buscar en la vida, esas metas por las que si vale la pena luchar; porque debemos recordar que si hacemos el bien, nos irá bien; porque si alguien necesita nuestra ayuda, debemos ayudar, sin dudarlo, porque ello, a su vez, se convierte en un efecto multiplicador. Si no cambiamos, las malas experiencias se repiten. Lo importante es que debemos conocer con mucha certeza el camino que debemos recorrer, a dónde queremos llegar y la actitud que debemos tener para lograr un viaje del que nos sintamos satisfechos.
Necesitamos un mundo mejor y todos podemos ayudar. Pero tenemos que empezar por nosotros mismos, por cambiar, por adoptar los pensamientos y actitudes que nos favorezcan realmente. Después, nos toca ayudar a quienes nos rodean. Y así, cada vez, el círculo se va ampliando para ir conquistando mayor cantidad de corazones y mentes. Cuando miramos de manera diferente, todo empieza a ser diferente.
¡Sigamos adelante y hacia arriba!
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